Mi relación con Ezra fue igual que un cóctel de frutossecos: cuando abres la bolsa, te prometes a ti misma que tecomerás únicamente lo que te gusta y tirarás a la basura esosgarbanzos tan duros que solo meten para rellenar. Aunque al final tesorprendes, pues acabas con todo, con lo bueno y con lo malo.
Del mismo modo acepté a Ezra, un hombre que representabacuanto yo aborrecía y que, además, se jactaba de ello.
Pasé por alto las señales e hice oídos sordos a susadvertencias de que no era tan solo el típico malote que fumaba aescondidas en el instituto, robaba en los supermercados o falsificabalas notas.
Ezra hacía mucho daño a quienes él decidía, en especial a las mujeres. No le temblaba el pulso para mantener suposición dentro de ese mundo sórdido en que estaba instalado.
Yo fui testigo de ello.
Intentéhuir.
Y a punto estuve de lograrlo.
Sin embargo, debería haberme alejado antes.